domingo, 23 de octubre de 2011

DÍA 06: UNO DE UN NOBEL

Cuentos 1947-1992.  Gabriel García Márquez.


A García Márquez le debo una relectura a sus novelas. Todas me han parecido entretenidas pero ninguna me de ha dado ese knock-out técnico que no te deja ponerte en pie y soltar el libro. 

En cambio sus cuentos sí tuvieron ese efecto en mí. El primero que leí (curiosamente el último de GM) fue Doce Cuentos Peregrinos, mi mamá me lo regaló en el año 92 o 93 con una edición hermosa y en tapa dura que distribuía la revista Bohemia. Ese libro me encantó desde el prólogo.

Luego conseguí leer varios cuentos sueltos, y aunque sus novelas eran fáciles de conseguir era una tarea difícil ubicar sus libros de cuentos.

Entonces en las vacaciones de agosto del año 97 curioseando en el Tecni-Ciencia del Shopping Center me tropecé con una edición espectacular que reunía sus cuentos completos. Tapa dura y una hermosa cubierta, con un párrafo enigmático en el reverso: "...y así remaba tan ensimismado que no supo de dónde le llegó de pronto un pavoroso aliento de tiburón ni porqué la noche se hizo densa como si las estrellas se hubieran muerto de repente, y era que el trasatlántico estaba allí con todo su tamaño inconcebible, madre, más grande que cualquier otra cosa en el mundo y más oscuro que cualquier otra cosa oscura de la tierra o el agua, trescientas mil toneladas de olor de tiburón pasando tan cerca del bote que él podía ver las costuras del precipicio de acero, sin una sola luz en los infinitos ojos de buey, sin un suspiro en las máquinas, sin un alma, y llevando consigo su propio ámbito de silencio, su propio cielo vacío, su propio aire muerto, su tiempo parado, su mar errante en el que flotaba un mundo entero de animales ahogados..." El último viaje del buque fantasma 1968. 

Otra cosa espectacular del libro era su precio: ¡veinte mil bolos! En esa época un sueldo mínimo era de cincuenta mil, así que saquen Uds. las cuentas con sus correspondientes factores de corrección. No era incomprable, pero sí era una suma para pensarlo dos veces. Coloqué el volumen en su repisa y por un momento pensé en ocultarlo para que me aguardara hasta el siguiente mes, pero volví a ver el precio y lo dejé donde estaba. Ese numerito en el reverso era la garantía de que permanecería ahí un buen tiempo. 

El 23 de septiembre es mi cumpleaños y por una feliz coincidencia, ese año mis padres y todos los tíos que me regalaron algo me dieron dinero, había llegado a esa edad en la que nadie sabía qué regalarme y como la platica nunca deja mal parado a nadie, pues todos conspiraron para dejar caer algo en la alcancía, un esfuerzo loable porque esa fecha es particularmente dura para hacer regalos (justo en el punto equidistante de las dos quincenas, en el pico de la pelazón) y mucho menos en efectivo. Cada billete se fue sumando a un rollo hasta que mágicamente llegué a la suma de veinte mil y pico. 

El 25 o 26 de ese mes debo haber ido a Tecni-Ciencia y fui directo al estante. Ahí estaba el libro con todo su tamaño inconcebible esperándome. Tomé el ejemplar, caja registradora, factura, bolsa, marca libros de regalo, listo. Regresé a la casa por la Avenida Bolívar, con ruta al Puente de Bárbula y el bus de Puerto Cabello al Big Low Center que me dejaba en el semáforo del Morro y de ahí caminé a la casa. Durante todo el trayecto fui hojeando el libro, deleitándome con su textura, el olor y todas las paparruchadas que dicen los lectores 1.0 cada vez que despotrican del libro digital.

En casa le mostré a mi mamá mi jugoso botín, ella lo alabó, destacó lo hermoso de la edición y luego miró la factura en la bolsa. En ese momento no me dijo nada, pero días después la escuché lamentándose con una tía por teléfono porque había gastado todo el dinero de mi cumpleaños en un libro. Después de todo siempre podía usarse el dinero para una infinidad de cosas más importantes.   

El libro lo saboreé con la misma paciencia que se va degustando un manjar importado. En verdad el libro era bastante sencillo, sin prólogo de esos es los que te explican lo genial que es el libro que tienes en las manos. Era la colección de sus libros de cuentos en orden cronológico y lo más interesante era ver el progreso de estilo de GM, desde los textos algo rústicos de Ojos de perro azul hasta el estilo ágil y  maximalista de La triste historia de la Cándida Eréndira y de su abuela desalmada, es ahí donde encuentra GM el que sería su tono y voz definitiva en la se estableció tan cómodamente hasta que encalló en los bancos de arena del éxito.

Ojos de perro azul tiene una vena surrealista y fantástica, el cuento que le da título al conjunto es mi favorito, también está Monólogo de Isabel viendo llover sobre Macondo, cuento con el que GM participó en el concurso de cuentos de El Nacional (y no figuró en el podio, por cierto) y que fue además el germen de Cien años de soledad. En Los funerales de la mamá grande ya aparece formalmente el realismo mágico que sería su sello de fábrica y en En la triste historia de la Cándida... está su estilo definitivo y que desarrollaría a profundidad en sus novelas. El conjunto cierra con Doce cuentos peregrinos que es la agrupación de todos los cuentos que por una razón u otra no ingresaron en los conjuntos anteriores. En ese libro ya no hay novedad, asistimos a la reafirmación del GM que conocemos, es como el cantante que a pesar de interpretar nuevos temas sentimos que está versionando las mismas canciones. Hay momentos que los cuentos suenan a fórmula, a truco conocido, pero después que uno se resigna a eso pueden disfrutarse.

Creo que sobra decir que ese libro ocupa un lugar especial en mi biblioteca y mucho más ahora que Norma ya no va a publicar narrativa, por lo que este libro pasará a ser un ejemplar raro en unos años, una cabeza de león que lucirá orgullosa en una repisa del estudio que voy a construir.

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