viernes, 21 de marzo de 2014

La ruta

LA RUTA
Javier Domínguez

A las cinco y media y sales disparado del local. Llovizna, en Valencia eso no es algo que se pueda tomar con calma cuando se trabaja al lado de estadio de béisbol y juega el Magallanes, y Magallanes será campeón. Así que corres a la parada del ARA a esperar el autobús de Paraparal, esquivas a los buhoneros, te agrupas con la gente, tocas como siempre (y con mucho disimulo) tus bolsillos para palpar la cartera y el celular, buscas dos billetes y los pones en el bolsillo pequeño del pantalón para tenerlo disponible al momento del pago, así dejas las manos libres para sujetarte de los tubos, porque ya sabes que irás parado.
Pasan dos autobuses de Las Agüitas, pero la gente casi se sale por la puerta y no se detienen, ya hay suficiente agua en el asfalto para salpicarte, la lluvia empieza a arreciar, ciertamente, son besos fríos los de la lluvia. Así que cruzas la avenida y tomas otro autobús en sentido opuesto para quedarte debajo del puente de la Michelena y ver si puedes conseguir transporte desde ahí. Te cuelgas de la puerta y no te importa porque te quedas sólo unas cuadras más adelante. Del autobús sale una voz chillona y un acordeón que dice que no voy a llorar y no voy a sufrir, tú tampoco puedes sufrir por apenas llegar a tu casa.
Llegas a las seis al puente, cruzas de nuevo la avenida, te unes al grupo de personas y motorizados que se protegen del aguacero. Pasan pocos autobuses y van llenos de gente. Recuerdas cuando estudiabas en el Pedro Gual y te dabas el lujo de dejarlos ir a pleno mediodía porque esperabas con tu patota de amigos al bus 99, el que traía la música fina, el que tenía casettes de Yordano, Franco de Vita, Hombres G, Mecano, y estabas feliz de vivir en la ciudad rodeado de gente que no conocías formando una fiesta. En esa época no te importaba irte en la cocina, te gustaba porque te sentabas apretadito con Yaneth en el último asiento, tu florecita rockera, la que siempre iba fresca como una lechuga, y tú con aquellas de ganas de decirle: soy el picaflor que chupará toda tu miel. Cuando sonaba Yordano ponías tu cabeza en su hombro deseando hacer escándalo en sus mejillas y en el momento preciso dabas dos golpecitos en su hombro y le susurrabas: yo me quedo a velar tu descanso, princesa de mi corazón. ¿Qué habrá sido de Yaneth?
A las seis y media oscurece por completo y al menos la lluvia se redujo a una llovizna. Pero los estragos están hechos: por el medio de la avenida corre un riachuelo que le impide a los peatones cruzar la avenida, los más osados se lanzan y se llevan el agua hasta los tobillos. Los demás se resignan. A ti te duele el brazo levantado solo para detener un taxi, otras cinco personas hacen lo mismo. Entonces pasa una ruta de La Isabelica que llega a la esquina de La Espiga de Oro, es un sitio más alejado, pero por ahí también pasa un autobús que va a tu casa. Te subes con un tropel de personas, dando y recibiendo codazos que cuando los dabas a tus amigotes en la 99 era divertido, peleas por un espacio en el pasamanos. El colectivo arranca a una velocidad desmesurada, como si se lanzara por una autopista hacia el infierno, pero el frenazo súbito cien metros después y las personas que no se caen porque los cuerpos apelmazados impiden la caída, te hacen sentir habitante de La ciudad de la furia. A cada nueva arrancada violenta y frenazo te imaginas que vas sobre una flecha salvaje, y ves un destino de furia que en la cara de los pasajeros persiste, todos como leones de circo, esperando el último latigazo para brincar sobre el domador.
Atraviesas La Isabelica subiendo por la avenida principal, cruzas en la calle del liceo Nuñez, bajas por la avenida del periférico. El chofer ha puesto a Los Adolescentes. Hoy aprendí lo que es vivir sin tu querer, dicen los parlantes a un volumen obsceno, piensas que a ti también te ha tocado algo similar pero no con una mujer, sino con una ciudad que pareciera harta de sus habitantes, que se ha vuelto obesa, hipertensa, arterioesclerótica, histérica, una ciudad de pobres corazones en donde todo se incendia y se va.  
El autobús se detiene en el semáforo de la Espiga de Oro, te bajas en medio de un charco inmenso, cruzas la avenida y esperas por un autobús de la ruta 4. Empieza de nuevo a llover, en un minuto cae una cortina de agua que se une con el vapor del asfalto. Te resignas a dejarte ensopar cuando logras ver que de la bruma emerge un colectivo destartalado, con el letrero de la ruta 4. Es un Blue Bird, con las conchas de infinitas capas de pinturas cayéndose. Tranquilo, Boby, tranquilo, estás salvado. En la parte superior te parece ver al menos un nueve casi borrados por la intemperie. El colector grita losguayos-paraparal-losguayos-paraparal, saltas a la unidad y hasta puedes sentarte. El bus arranca, te das cuenta que el chofer saca un casette de un estuche y lo coloca en el reproductor. No lo podías creer, miraste hacia el fondo, viste a una mujer sentada en la cocina, te levantaste para verla mejor, cuando ya estabas a unos pasos de ella escuchaste: si estás oculta, ¿cómo sabré quien eres?, me amas a oscuras… una especie de bálsamo te invita a sentarte, miraste a la mujer en las sombras. Quizás así sea como nos ame la ciudad. No quisiste saber si era Yaneth (y tal vez descubrir lo que es el amor después del amor), no ibas a estirar tu suerte y romper el embrujo. Porque quizás no habías subido a ese colectivo, a lo mejor aún estabas en la Espiga de Oro, empapándote, escuchando el reguetón a todo volumen de los vehículos al pasar.

Entonces se apagaron las luces en ambas aceras, fuiste a la panadería de la esquina, te ubicaste en una  mesa. Dentro del local aún trabajaban con las luces de emergencia. Sacaste tu celular, te pusiste los audífonos, quisiste estirar la magia con Soda Stereo. Buscaste Signos, a la mitad de la canción se agotó la batería. Ahora sólo se escucha la alarma de unas lámparas de emergencia anunciando que están por apagarse.




sábado, 11 de mayo de 2013

¿Sueñan los hombres con corazones eléctricos?





En las historias de superhéroes los protagonistas dan empuje a la trama a medida que los vemos hacer de las suyas con sus superpoderes y envueltos en sus trajes, raras veces se logra que la identidad secreta sea más interesante que el alter ego. Este es  el caso de Iron Man 3, la columna vertebral de la historia es Tony Stark. Cuando está con su armadura electro mecánica tiene poca importancia, de hecho, detrás del traje está Jared, la inteligencia artificial que juega al sidekick que hace la mayor parte del trabajo pesado mientras Tony hace las cosas divertidas como vencer al mal o jugar al detective.

                Más allá de la sólida interpretación de Robert Downey Jr. está el personaje bien construido de Stark, me atrevo a decir que es un arquetipo del siglo XXI, replicado ya en la TV en series como DaVinci´s demons y supuestamente inspirado en personas ¿reales? como Steve Jobs o  Elon Musk. Él es un genio alfa que está más allá de la búsqueda del éxito material, Stark es un personaje de ego desbordado que quiere una gloria que está ligada a su talento como inventor e ingeniero. Poco le importa que el Mandarín sea una amenaza para su país, se lo echa de enemigo sólo después que un amigo cae víctima de éste y le pone el reto de descubrir cómo es que lleva a cabo sus atentados sin dejar rastros de un artefacto explosivo.

El mundo apenas es un lienzo para que Tony dibuje en él. Semejante al Dr. Manhattan de Watchmen, Stark, distraído en sus labores crea un dispositivo que le permite controlar sus trajes a distancia y con eso entretener a Pepper mientras él sigue obsesionado, construyendo y mejorando nuevos exoesqueletos para Iron Man.

                Para mí la entrada se pagó con la imagen del robot metálico y vacío que engaña fácilmente a su esposa hasta que ésta quiere estar con lo que está debajo de la armadura, que desea la carne y sustancia que debería latir debajo del traje brillante y entonces no encuentra nada, ¿cuántas mujeres no se dejan deslumbrar por esas armaduras? ¿Cuántas no se engañaron así mismas con nuestro Iron Man criollo de victorias pírricas (y que va camino a ser una caricatura como la del Mandarín)? La verdad es que el marido de Pepper está más interesado en seguir construyendo artefactos que en ella.

Stark es una hipérbole de las obsesiones masculinas, ¿no es acaso esa manía semejante a la de los profesionales, empresarios, atletas, artistas, escritores? ¿No busca todo hombre dejar su huella a través del ejercicio de sus talentos? Incluso el Buda y Jesús usaron sus destrezas hasta sus últimas consecuencias, aunque no para vanagloriarse en sus obras y jactarse de ellas, sino para despojarse, al igual que Stark, de sus armaduras vacías.

Por lo tanto no podemos extrañarnos cuando Tony se libera de su invento más preciado. Así como en la entrega anterior ese aparato casi lo mata, en esta descubre que en realidad ya no le hace falta. Que ese invento, que tuvo su utilidad momentánea, era la fuente de energía de sus miedos y sus obsesiones, del temor de pasar por la vida sin dejar huella, de que en este paseo no quede nada de nosotros, que en nuestro paso vital nunca nadie nos mire nuestro pecho brillante. Pero yo le digo a Tony, y a mí mismo, que no debemos angustiarnos, que a pesar de todas nuestras oscuridades, y como decía el maestro Tom Jobim: en el pecho de los desafinados también late un corazón.

Así mismo me quedo con la secuencia de Tony arrastrando a su armadura sin energía, una muestra de cómo a todos los hombres nos toca lidiar con nuestras maravillas que están destinadas a dejar de funcionar. Como cuando me tocó empujar mi carro accidentado en la Isabelica, o reparar el sifón goteante del fregadero, o la filtración de la cocina, o el corto circuito de las lámparas, o romper una puerta a la que se le dañó el picaporte, o detectar la fuga del tanque de agua, o reparar el herraje del WC o las llaves de la regadera.

La frase del cierre tiene una desparpajo que le faltó al último Batman: sí, Tony, tú eres Iron Man, pero sabemos que en ese momento quien habla es Robert Downey, quien quedará como el verdadero Iron Man así como Christopher Reeves es Superman. Batman puede ser cualquier otro.

Por eso, Hombre de Acero (bostezo), aunque vengas de la mano del amigo Snyder, no me esperes en el cine.


BONUS TRACK


lunes, 22 de abril de 2013

En el día de la Tierra alguien tiene ganas de escapar.


INVISIBLE

 


Si me quedo entre estas hojas no me verán por un buen rato. Algunos creen que la práctica de la invisibilidad es apenas un juego, yo lo disfrazo como pasatiempo, pero en realidad no existe cosa más importante para mí que desvanecerme. Dedico bastante de mi tiempo a esta práctica, suelo pensar en las diversas tácticas para esfumarme en la multitud y luego lo pongo en práctica en las jornadas de trabajo. Esto me ha permitido escapar de caminar horas y horas bajo el sol, cargando a un pedazo del mundo en la espalda. Entre algunas de mis técnicas tengo el caminar paralelo (marcho al lado de algunos de mis compañeros más grandes y éstos me aplastan con el peso de su sombra), esto me permite pasar cerca del capataz sin ser advertido. Otro de mis métodos de invisibilidad son las exploraciones: suelo intricarme en la vegetación para buscar fuentes de nuevos recursos y mejores áreas de trabajo. Así camino un rato entre la vegetación y luego me echo entre las hojas. Al final de la jornada tomo algunas hojas secas de la zona y se las presento al capataz, el cual se las lleva a sus superiores para notificarles de las áreas no aptas para la explotación (esas son áreas sólo dignas de mi descanso). Gracias a las exploraciones descubrí mi otra vocación: la búsqueda de nuevos parajes, en estos paseos me he tropezado con toda clase de plantas extrañas y seres impensables.

Hace poco descubrí que todos nos volvemos invisibles cuando marchamos con nuestra sonrisa postiza y nos diluimos en esta fila que se pierde entre los vértices del mundo.

         Mientras ellos se hacen mejores con el trabajo diario yo prefiero seguir convirtiéndome en un paria, en un inútil, en un invisible. Pronto huiré de esta colonia de trabajadores autómatas y podré explorar los confines del jardín, buscaré nuevas formas de vida y nuevas civilizaciones, viajando audazmente a donde ninguna hormiga ha llegado antes.

Javier Domínguez

domingo, 21 de abril de 2013

DÍA 09: UNO CON UNA EXCELENTE VERSIÓN CINEMATOGRÁFICA.






2001: Odisea del Espacio. Arthur C. Clarke/Stanley Kubrick

Esta elección pudiese parecer una opción fácil, una salida de consenso con la que todos estaríamos de acuerdo. Pero la verdad es que 2001 es una de las películas que forma parte de mi Top Ten personal y no podía dejarla pasar. Cada vez que la veo encuentro nuevos detalles y perspectivas que no había notado antes y redescubro la riqueza de su discurso visual en las que está todo y por lo tanto la economía de diálogos era indispensable.

Investigando un poco veo que la novela fue una ampliación de una historia original llamada El Centinela que Arthur C. Clark escribió en 1948 para participar en un concurso de la BBC. Aunque no llegó finalmente a presentarla en el concurso por algún motivo. No estoy seguro si el libro que leí (2001: Odisea del Espacio) era en realidad una novelización del guión  (que fue escrito por Kubrick y Clarke) o si Clarke rehizo la historia a petición de Kubrick y luego adaptaron el guión.

En fin, la novela me permitió entender muchas cosas que en la película están sugeridas o son tocadas a la ligera porque tal vez Kubrick no las consideró importantes o quiso dejar cosas abiertas a la interpretación del espectador. En el libro, Clarke es bastante claro desde la introducción al decir que los saltos de la evolución humana pudieron ser iniciados por extraterrestres que detectaron cierto potencial en una clase de primate de un planeta de cierto sistema solar en la periferia de la Vía Láctea.

En el libro la historia de los primates es mucho más extensa que en la película y Clarke dibuja la historia de la tribu, las penurias por la sed, el hambre y el miedo a ser atacados cada noche por un leopardo que iba cada tantos días a comerse a uno de ellos. Los humanoides tenían nombres y había un protagonista que a su vez lideraba a la tribu y que se debatía entre permanecer en el mismo sitio o arriesgarse a buscar un nuevo refugio, este protagonista también miraba constantemente a la luna y se preguntaba como alcanzarla. Un día aparece el monolito y el primate líder lo toca. En este contacto ocurre la activación del monolito y éste a través de un ruido agudo e intenso desmaya a la tribu e inicia el proceso de reconfiguración celular que los llevaría a hacerse más inteligentes y sentaría las bases del primer salto evolutivo. Luego los primates descubrirían las primeras herramientas con las cuales matan al leopardo y después a los enemigos de las tribus vecinas que no estuvieron en contacto con el monolito, así como el consumo de carne y el fuego.

De esta forma se explicaría la mezcla del instinto animal e inteligencia siempre presente en la naturaleza humana, siendo ese instinto una reminiscencia de nuestra forma originaria más primitiva. En la película el matiz es más interesante: el primate que descubre el hueso de un animal para defenderse (es decir la primera herramienta), la lanza al cielo de la noche y luego nos encontramos con una nave espacial que tiene, casualmente, la forma del hueso lo que da a entender que ese primer salto de la evolución permitió el desarrollo de la inteligencia objetiva, del pensamiento analítico y con ello de la conciencia científica y tecnológica. Y todo esto lo muestra Kubrick con una secuencia de solo unos segundos: el hueso que asciende y que en su descenso se convierte en una nave espacial. He ahí el poder de la síntesis, pero también es una imagen que me tomó mucho tiempo de digerir y comprender.

Desde esa escena hasta la desconexión de Hal-9000 la película y el libro son bastantes exactos. En el libro Clarke se toma la molestia de explicar muchos detalles tecnológicos sobre el viaje espacial, desde el funcionamiento del baño de la nave que lleva al Dr. Floyd a la estación espacial, hasta cómo se podría generar gravedad artificial en dicha estación.

En la parte del viaje a Júpiter (que en el libro era a Saturno) la interacción entre los astronautas y Hal-9000 permite a Clarke exponer las ventajas y peligros del uso de la inteligencia artificial para tareas complejas como los viajes espaciales. Kubrick va mucho más allá y hace un estudio de la naturaleza de las neurosis al mostrar como la angustia de mentir produce en Hal un estado de estrés que termina por manifestarse en fallas sicosomáticas. Hal no puede comunicar el verdadero propósito de la misión y a mitad del viaje reporta un fallo en la antena de comunicaciones (una proyección de su propio malestar síquico, ya que es Hal el que no tiene permitido comunicarse libremente). Así mismo empieza a desarrollar un estado paranoico al considerar que los astronautas tienen también secretos ya que él mismo guarda uno muy importante.

Así Kubrick muestra de manera didáctica y verosímil como las enfermedades y los malestares físicos son proyecciones de los estados de la mente (Hal es un símbolo de la psique humana en su aspecto lógico y analítico exactamente lo que los extraterrestre habrían ayudado a desarrollar) y eso plantea otra pregunta: ¿entonces la mente humana es al fin y al cabo solo una computadora muy compleja? ¿Qué es lo que nos hace humanos? ¿La parte animal que está latente en nuestra carga genética?

Desde que Bowman apaga a Hal hasta su encuentro con el monolito en la película pasan unos minutos, pero en el libro iban a mitad de viaje y hay que soportar como cien páginas del astronauta solo en la nave Discovery. En ese lapso se dan detalles importantes que luego entenderemos en el viaje sideral que emprende Bowman al entrar en contacto con el monolito (tanto en la película como en el libro es un viaje alucinante), como por ejemplo que Bowman había estado en el hotel Waldorf Astoria de Nueva York y tomaba siempre la misma habitación y esa es la habitación en la que aparece el astronauta en la película, ese detalle se pasa de manera muy somera al inicio de la segunda parte y se hace difícil entenderlo cuando se le ve por primera vez. En la novela se explica que Bowman está siendo observado por los extraterrestres que lo están evaluando para ver el estado de evolución de la raza humana.

Finalmente Bowman envejece y muere y es entonces cuando los extraterrestres pueden ayudar para que se de el siguiente paso en la evolución: el salto de la consciencia, el cuerpo y la mente humana deben apagarse como Hal-9000 para dar paso esa otra etapa que es el despertar de lo verdaderamente humano, de la consciencia liberada de las ataduras de la mente y la carne. Como lo es el Bowman renacido que mira a la Tierra desde un vientre astral.

Sin embargo tanto Clark como Kubrick se quedan en el aspecto analítico del asunto y no explican cómo es que puede darse ese salto ¿tenemos que esperar por los extraterrestres? Afortunadamente 40 años después del estreno de la película vino Terrence Malick a enmendarle la plana a ambos con su hermosa y magistral película, El árbol de la vida. En la secuencia final Malick rehace el viaje sideral de Bowman con un Sean Penn atormentado que va dando tumbos en un desierto hasta que se encuentra con un portal de piedra (en clara alusión al monolito de 2001) y éste lo cruza y experimenta un salto, un viaje en el que Malick hace evidentes analogías con el viaje sideral de Bowman y finalmente llega a una playa en la que se encuentra con sus padres rejuvenecidos, con sus hermanos y las personas que cruzaron en algún momento por su vida y el personaje de Penn usa ese reencuentro para hacer las paces con sus demonios internos.

Malick muestra que el verdadero viaje al encuentro de lo humano, el salto hacia el superhombre no es al exterior sino por el contrario es un recorrido por la vía de nuestra memoria (en la que está presente la conexión con todo lo que ha existido) para encontrar, a través de la vivencia de los sentimientos, la playa del espíritu, las aguas del alma que nos ponen en contacto con nuestra parte sana, coherente y significativa.

Así es como se unen estas tres obras en un solo destino que es el de  buscar y apagar al loco Hal que nos habita para emprender el viaje cósmico hacia lo divino y trascendente.

viernes, 5 de abril de 2013

DÍA 08: UNO PARA LEER POR FRAGMENTOS



Curso de literatura europea. Vladimir Nabokov.


Estos son los apuntes que utilizó Nabokov para sus clases en la universidad de Wellesley y Cornell, en ellos analiza las obras de autores como Jane Austen (de quien Nabokov se siente complacido en leer aunque es una mujer).

En la introducción a esta compilación de apuntes, Nabokov señala que el mejor lector no es aquel que ha leído todos los clásicos o los contemporáneos, sino aquel que puede revisitar los libros y extraer de éste nuevos enfoques y puntos de vista. Descubrir pliegues secretos que antes habían pasado desapercibidos, percibir el aroma de una época por las descripciones de hechos y costumbres aparentemente inocuos. Es decir, el verdadero lector se diferencia por la calidad de sus lecturas.

Me agradó mucho el análisis que hizo de Stevenson y del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (el único autor del tipo popular que le pareció interesante a Nabokov) y como cruza las personalidades de ambos individuos a través de unos dibujos con círculos (o diagramas de Venn según la teoría de conjuntos). En unos había figuras geométricas coherentes y otro con dibujos caóticos, los cruzaba y parecía que obtenía nuevas figuras eclécticas, pero al mismo tiempo con un cierto balance interno. Me pareció una manera ingeniosa de mostrar la personalidad como un medio continuo en el que se entrecruzan las partículas de lo racional con lo irracional.

También está el análisis que hace del Ulises de Joyce nombrando pequeños detalles de época con los que se encuentra Leopoldo Bloom a lo largo del día. Como ya había dicho en otro post, Vila-Matas usaría la misma estructura de los apuntes de Nabokov para armar su novela Dublinesca, de tal forma que el desglose del profesor Nabokov pudiese ser válido para mirar la novela de la vida personal, y así detectar en una relectura el propio encanto de nuestras vidas.

El libro cierra con una especie de reclamo al sentido común, entendiéndose éste, como la lógica de las masas y al final una especie de fascismo por convención a la que debemos someternos todos para no ser apartados de la sociedad. Nabokov nos invita a disfrutar de nuestras pequeñas irracionalidades, de nuestros momentos de inadaptabilidad con el mundo, de deleitarnos mirando un error ortográfico en una valla lejana mientras caemos del techo de la casa, del hombre que entra en una casa en llamas a salvar un niño pero al mismo tiempo dedica varios segundos para rescatar también su juguete favorito.

Ahora ¿por qué atesorar los momentos que rechinan contra la realidad? ¿No es esto de ir contra el sentido común una locura? Lo es cuando nos quedamos atascados en la irracionalidad, cuando no son conjugados con un fin específico por la personalidad artística, que es enriquecida por la mirada de la otredad, de lo extraño.

 Un libro que puede disfrutarse en trozos y sin ningún orden particular, un pequeño tesoro para los que carecemos de una formación literaria.

jueves, 4 de abril de 2013

DÍA 07: UNO MUY DIVERTIDO


El jardín de los inventos. Otrova Gomas.


Hay que terminar lo que se empieza, puedo ser un hombre de muchos recesos, pero no de proyectos incompletos, así que aprovecho el feriado navideño y termino esto antes que quede como una de esas promesas de año nuevo (en este caso de año viejo).

Este libro fue uno de los primeros que leí en mi vida. Me llamó la atención que más de la mitad del mismo fueran dibujos detallados y muy bien hechos de artículos extraños. Como era un niño pensaba que todo lo que mostraban era en serio. Y yo me reía mucho de algunos de los inventos porque luego de pensarlo un poco me parecían absurdos, pero en fuero interior yo pensaba que era más listo que el autor, que yo con mi aguda visión de 9 años podía mofarme de los cachivaches que el Sr. Gomas nos explicaba tan seriamente en su libro.

Entre los inventos que recuerdo a primera mano está el Altavoz para groserías. Era un parlante enorme en el techo de una camioneta y su función era la de vociferar insultos en el tráfico a los demás conductores. Ese fue un invento visionario porque nadie se imaginaba que cornetas como esas, incluso más pequeñas y más potentes, se construirían en la realidad para hacer más o menos esa función. Pero sin necesidad de que el conductor grite, ahora solo basta que suene un CD de reguetón o Chino y Nacho a altos decibeles, es algo igual de ofensivo.

También estaba el primero de la lista: La afeitadora con sistema de transfusión, esta máquina permitía recuperar la sangre de las cortadas al afeitarse y además reinsertarla en el organismo. El clarinete con dardos envenenados para atacar a los vendedores que molestaban en la puerta. Una guillotina para delitos menores (solo decapitaba dedos). El cura ronquidos que consistía en un micrófono conectado a unos audífonos de tal forma que el emisor de ronquidos padeciera su propia bulla.


Además el primer tercio del libro estaba compuestos por breves cuentos hilarantes que he tenido la oportunidad de releer.

Aquí les dejo el link para que descarguen el libro y se diviertan.

http://bibliotecadigitaldevenezuela.blogspot.com/2011/02/el-jardin-de-los-inventos-otrova-gomas.html

domingo, 23 de octubre de 2011

DÍA 06: UNO DE UN NOBEL

Cuentos 1947-1992.  Gabriel García Márquez.


A García Márquez le debo una relectura a sus novelas. Todas me han parecido entretenidas pero ninguna me de ha dado ese knock-out técnico que no te deja ponerte en pie y soltar el libro. 

En cambio sus cuentos sí tuvieron ese efecto en mí. El primero que leí (curiosamente el último de GM) fue Doce Cuentos Peregrinos, mi mamá me lo regaló en el año 92 o 93 con una edición hermosa y en tapa dura que distribuía la revista Bohemia. Ese libro me encantó desde el prólogo.

Luego conseguí leer varios cuentos sueltos, y aunque sus novelas eran fáciles de conseguir era una tarea difícil ubicar sus libros de cuentos.

Entonces en las vacaciones de agosto del año 97 curioseando en el Tecni-Ciencia del Shopping Center me tropecé con una edición espectacular que reunía sus cuentos completos. Tapa dura y una hermosa cubierta, con un párrafo enigmático en el reverso: "...y así remaba tan ensimismado que no supo de dónde le llegó de pronto un pavoroso aliento de tiburón ni porqué la noche se hizo densa como si las estrellas se hubieran muerto de repente, y era que el trasatlántico estaba allí con todo su tamaño inconcebible, madre, más grande que cualquier otra cosa en el mundo y más oscuro que cualquier otra cosa oscura de la tierra o el agua, trescientas mil toneladas de olor de tiburón pasando tan cerca del bote que él podía ver las costuras del precipicio de acero, sin una sola luz en los infinitos ojos de buey, sin un suspiro en las máquinas, sin un alma, y llevando consigo su propio ámbito de silencio, su propio cielo vacío, su propio aire muerto, su tiempo parado, su mar errante en el que flotaba un mundo entero de animales ahogados..." El último viaje del buque fantasma 1968. 

Otra cosa espectacular del libro era su precio: ¡veinte mil bolos! En esa época un sueldo mínimo era de cincuenta mil, así que saquen Uds. las cuentas con sus correspondientes factores de corrección. No era incomprable, pero sí era una suma para pensarlo dos veces. Coloqué el volumen en su repisa y por un momento pensé en ocultarlo para que me aguardara hasta el siguiente mes, pero volví a ver el precio y lo dejé donde estaba. Ese numerito en el reverso era la garantía de que permanecería ahí un buen tiempo. 

El 23 de septiembre es mi cumpleaños y por una feliz coincidencia, ese año mis padres y todos los tíos que me regalaron algo me dieron dinero, había llegado a esa edad en la que nadie sabía qué regalarme y como la platica nunca deja mal parado a nadie, pues todos conspiraron para dejar caer algo en la alcancía, un esfuerzo loable porque esa fecha es particularmente dura para hacer regalos (justo en el punto equidistante de las dos quincenas, en el pico de la pelazón) y mucho menos en efectivo. Cada billete se fue sumando a un rollo hasta que mágicamente llegué a la suma de veinte mil y pico. 

El 25 o 26 de ese mes debo haber ido a Tecni-Ciencia y fui directo al estante. Ahí estaba el libro con todo su tamaño inconcebible esperándome. Tomé el ejemplar, caja registradora, factura, bolsa, marca libros de regalo, listo. Regresé a la casa por la Avenida Bolívar, con ruta al Puente de Bárbula y el bus de Puerto Cabello al Big Low Center que me dejaba en el semáforo del Morro y de ahí caminé a la casa. Durante todo el trayecto fui hojeando el libro, deleitándome con su textura, el olor y todas las paparruchadas que dicen los lectores 1.0 cada vez que despotrican del libro digital.

En casa le mostré a mi mamá mi jugoso botín, ella lo alabó, destacó lo hermoso de la edición y luego miró la factura en la bolsa. En ese momento no me dijo nada, pero días después la escuché lamentándose con una tía por teléfono porque había gastado todo el dinero de mi cumpleaños en un libro. Después de todo siempre podía usarse el dinero para una infinidad de cosas más importantes.   

El libro lo saboreé con la misma paciencia que se va degustando un manjar importado. En verdad el libro era bastante sencillo, sin prólogo de esos es los que te explican lo genial que es el libro que tienes en las manos. Era la colección de sus libros de cuentos en orden cronológico y lo más interesante era ver el progreso de estilo de GM, desde los textos algo rústicos de Ojos de perro azul hasta el estilo ágil y  maximalista de La triste historia de la Cándida Eréndira y de su abuela desalmada, es ahí donde encuentra GM el que sería su tono y voz definitiva en la se estableció tan cómodamente hasta que encalló en los bancos de arena del éxito.

Ojos de perro azul tiene una vena surrealista y fantástica, el cuento que le da título al conjunto es mi favorito, también está Monólogo de Isabel viendo llover sobre Macondo, cuento con el que GM participó en el concurso de cuentos de El Nacional (y no figuró en el podio, por cierto) y que fue además el germen de Cien años de soledad. En Los funerales de la mamá grande ya aparece formalmente el realismo mágico que sería su sello de fábrica y en En la triste historia de la Cándida... está su estilo definitivo y que desarrollaría a profundidad en sus novelas. El conjunto cierra con Doce cuentos peregrinos que es la agrupación de todos los cuentos que por una razón u otra no ingresaron en los conjuntos anteriores. En ese libro ya no hay novedad, asistimos a la reafirmación del GM que conocemos, es como el cantante que a pesar de interpretar nuevos temas sentimos que está versionando las mismas canciones. Hay momentos que los cuentos suenan a fórmula, a truco conocido, pero después que uno se resigna a eso pueden disfrutarse.

Creo que sobra decir que ese libro ocupa un lugar especial en mi biblioteca y mucho más ahora que Norma ya no va a publicar narrativa, por lo que este libro pasará a ser un ejemplar raro en unos años, una cabeza de león que lucirá orgullosa en una repisa del estudio que voy a construir.